Hace algunos años Ecuavisa transmitía un programa sensacionalista que tenía por nombre “De la Vida Real”, en el que su presentador, con un particular tono de voz que a mí se me hacía insufrible, narraba las mas truculentas historias de crónica roja, mientras la pantalla destilaba sangre. Nunca me ha gustado este tipo de periodismo, así que, ejerciendo mi derecho como televidente, simplemente apagaba el televisor o le cambiaba de canal a fin de disfrutar, o de buena literatura o de algún programa menos sórdido.
Como no lo veía, no le seguí la pista, así que no tengo ni idea de cuanto haya durado el programita de marras, pero sé que le sirvió a su conductor como trampolín para crecer en el mundillo de la televisión. Más tarde lo vi alguna vez en un programa bastante light de amenidades y farándula, donde su fama se acrecentaba y claro, como es usual en nuestro país, de la televisión daría el salto a la política, siendo elegido como asambleísta constituyente por el movimiento de la “revolución ciudadana”, que dizque iba a acabar con esos vicios de la “partidocracia”, pero bueno, con tal de ganar, todo vale, ¿no?. Ahí, supongo que en agradecimiento por la plataforma política que le brindó AP, su labor fue, por sobre todo, el mantener informado por celular a Alexis Mera de los avances en la aprobación de la Constitución, convirtiéndose en el enlace más fiel entre el Presidente y su sumisa Asamblea, información muy útil que le servía a Su Majestad para conocer quien se estaba desviando del “camino” y poner los correctivos necesarios.
Luego, nuevamente bajo el cobijo del movimiento de los “corazones ardientes”, sería elegido como asambleísta (diputado), cargo desde el cual, en los últimos días ha presentado un proyecto de Ley de Comunicación, supuestamente de su autoría, pero que en realidad parece surgido de las entrañas de Carondelet y más allá de eso incluso, de las entrañas de su principal ocupante, lo que se percibe en el afán controlador de los medios de comunicación que tiene el proyecto, estableciendo registros previos (Art. 24), control de contenidos (Art. 29) y un “Consejo Nacional de Comunicación e Información” que depende, en su mayoría, del Ejecutivo (Art. 42), pretendiendo limitar uno de los elementos esenciales de la democracia como es la libertad de expresión, aunque claro, como hace tiempo que ya no vivimos en un régimen democrático, ¿qué es una raya más al tigre?. El proyecto, además, está mal redactado y es repetitivo, ¿será esa la colaboración del asambleísta en cuestión?
Sin embargo, en donde más se evidencia que el supuesto autor del proyecto no es tal, es en aquella norma que prohíbe el ejercicio periodístico a quien no esté titulado. De ser aprobado entonces, el propio asambleísta, cuando la “revolución ciudadana” por fin termine, no podría retomar su “exitosa carrera periodística”, si la podemos llamar así, puesto que no posee título, y creo que tampoco podría dedicarse a las leyes (es abogado), porque, cabe preguntarse: ¿alguien querría aventurarse con la asesoría del redactor de un proyecto tan malo?
Así, el asambleísta, por su desconocimiento y su obsecuencia con un gobierno al que, pecando de una ingenuidad que no se compadece con su supuesta capacidad de periodista investigativo, cree eterno e infalible, auspicia un proyecto de ley que aparentemente no termina de comprender y que servirá, no sólo para conculcar nuestros derechos a la libertad de expresión y a la información, sino para impedirles trabajar, precisamente, a individuos como él. ¡Pobre Panchana!, no se entera de nada, y peor aún, tampoco quiere que nosotros nos enteremos.
Como no lo veía, no le seguí la pista, así que no tengo ni idea de cuanto haya durado el programita de marras, pero sé que le sirvió a su conductor como trampolín para crecer en el mundillo de la televisión. Más tarde lo vi alguna vez en un programa bastante light de amenidades y farándula, donde su fama se acrecentaba y claro, como es usual en nuestro país, de la televisión daría el salto a la política, siendo elegido como asambleísta constituyente por el movimiento de la “revolución ciudadana”, que dizque iba a acabar con esos vicios de la “partidocracia”, pero bueno, con tal de ganar, todo vale, ¿no?. Ahí, supongo que en agradecimiento por la plataforma política que le brindó AP, su labor fue, por sobre todo, el mantener informado por celular a Alexis Mera de los avances en la aprobación de la Constitución, convirtiéndose en el enlace más fiel entre el Presidente y su sumisa Asamblea, información muy útil que le servía a Su Majestad para conocer quien se estaba desviando del “camino” y poner los correctivos necesarios.
Luego, nuevamente bajo el cobijo del movimiento de los “corazones ardientes”, sería elegido como asambleísta (diputado), cargo desde el cual, en los últimos días ha presentado un proyecto de Ley de Comunicación, supuestamente de su autoría, pero que en realidad parece surgido de las entrañas de Carondelet y más allá de eso incluso, de las entrañas de su principal ocupante, lo que se percibe en el afán controlador de los medios de comunicación que tiene el proyecto, estableciendo registros previos (Art. 24), control de contenidos (Art. 29) y un “Consejo Nacional de Comunicación e Información” que depende, en su mayoría, del Ejecutivo (Art. 42), pretendiendo limitar uno de los elementos esenciales de la democracia como es la libertad de expresión, aunque claro, como hace tiempo que ya no vivimos en un régimen democrático, ¿qué es una raya más al tigre?. El proyecto, además, está mal redactado y es repetitivo, ¿será esa la colaboración del asambleísta en cuestión?
Sin embargo, en donde más se evidencia que el supuesto autor del proyecto no es tal, es en aquella norma que prohíbe el ejercicio periodístico a quien no esté titulado. De ser aprobado entonces, el propio asambleísta, cuando la “revolución ciudadana” por fin termine, no podría retomar su “exitosa carrera periodística”, si la podemos llamar así, puesto que no posee título, y creo que tampoco podría dedicarse a las leyes (es abogado), porque, cabe preguntarse: ¿alguien querría aventurarse con la asesoría del redactor de un proyecto tan malo?
Así, el asambleísta, por su desconocimiento y su obsecuencia con un gobierno al que, pecando de una ingenuidad que no se compadece con su supuesta capacidad de periodista investigativo, cree eterno e infalible, auspicia un proyecto de ley que aparentemente no termina de comprender y que servirá, no sólo para conculcar nuestros derechos a la libertad de expresión y a la información, sino para impedirles trabajar, precisamente, a individuos como él. ¡Pobre Panchana!, no se entera de nada, y peor aún, tampoco quiere que nosotros nos enteremos.