Si bien la mafia tiene sus
orígenes en la Sicilia del siglo 19 y la Cosa Nostra, la más conocida es la
norteamericana, fruto de la enorme inmigración de italianos a EE.UU. durante
las dos primeras décadas del siglo 20, entre los que había una minoría asociada
a la mafia siciliana que aprovechó el enorme dinamismo económico que vivía EE.UU.
en esos años para controlar rápidamente negocios ilícitos como la extorsión, la
corrupción de funcionarios públicos y la baja delincuencia.
Sin embargo, el detonante para el
crecimiento exponencial de la mafia norteamericana fue la enmienda
constitucional de 1919 que prohibió el consumo y expendio de bebidas
alcohólicas en EE.UU., la célebre Ley Seca, que brindó a los mafiosos una oportunidad
de oro para ganar ingentes recursos económicos mediante la producción y venta
ilegal de alcohol. Así, durante más de una década, criminales como Al Capone
reinaron en varias ciudades norteamericanas, ejerciendo, mediante el dinero, la
intimidación o el asesinato, el control de las instituciones, policía, cortes y
políticos, haciendo casi imposible procesarlos por sus crímenes.
En 1933, ante su total fracaso,
finalmente se abolió la Ley Seca, pero el daño ya estaba hecho, las
organizaciones mafiosas simplemente bajaron su perfil y se cambiaron a un rubro
de “negocio” más lucrativo, y claro, también ilegal, el tráfico de drogas, al
que el Presidente Nixon, sin tomar en cuenta la lección dada por el fiasco de la
Prohibición, le declaró una guerra que, 40 años después, lo único que ha
logrado es hacer al crimen organizado más poderoso y globalizado.
En esa guerra se gastan alrededor
de 30 mil millones de dólares al año y sin embargo, el narcotráfico sigue
siendo la actividad ilícita más rentable y atractiva para los criminales,
generando ganancias por cerca de 40 mil millones de dólares anuales, de los que
gran parte se utiliza para corromper funcionarios públicos y debilitar instituciones
y por ende, la democracia, siendo Latinoamérica una de las regiones más
afectadas, y Ecuador no es la excepción. Para muestra el contrabando de droga
nada menos que en una valija diplomática salida de la mismísima Cancillería y hasta
con Reglamento “Ad-Hoc”.
La guerra a las drogas está
perdida y la incidencia del narcotráfico en la inseguridad y la corrupción y
sus efectos en el debilitamiento institucional de nuestros países hacen pensar
que es necesario un cambio de paradigma, y entre las opciones, una de las más claras
es la legalización, que no sólo liberaría recursos para prevención y atención
médica de dependientes y disminuiría las ganancias de las organizaciones
criminales, sino que incluso generaría mayores recursos para el estado por
concepto de impuestos, todo ello incidiendo en el fortalecimiento de las
instituciones democráticas.
Por Arturo Moscoso Moreno
*Tomado de Diario Hoy 25/03/
2012: http://www.hoy.com.ec/noticias-ecuador/una-guerra-perdida-539903.html