Entre las innumerables ventajas que tuvo el haber crecido con mi abuelo, está la de haberme contagiado de su profundo amor a la literatura, a la música y por supuesto, a las caricaturas de La Pantera Rosa. Entre la variedad de libros que leía mi abuelo, sus favoritos eran los de Borges y los de Cortázar, habiendo incluso compartido tertulias literarias con éste último cuando vivió en Paris, dada su amistad con Jorge Carrera Andrade (¡que envidia!).
Como era de esperarse, estos monstruos de la literatura pronto se transformaron también en mis favoritos. Sus cuentos, de verdad mágicos, me dejaban fascinado y todavía conservo con devoción un viejísimo ejemplar de Ficciones que fue lo primero que leí de Borges. Entre los aspectos que más me atrajeron siempre de estos autores está la omnipresencia que tiene Buenos Aires en sus obras, constituyéndose en importante protagonista de éstas, razón por la cual, esperaba ansioso conocerla. Cuando finalmente lo hice, me gustó tanto que no quería salir de ahí. Me terminé de enamorar de Buenos Aires y de Argentina también.
El magnetismo que ejercen en mí esa ciudad y ese país, ha venido acompañado además, por ciertas circunstancias que me tienen en constante relación con ellas. Desde niño, salvo las veces en que ha clasificado Ecuador, siempre le he ido a Argentina en el Mundial de Fútbol, sobre todo por las piruetas increíbles que hacía Maradona (aunque debo reconocer que Pelé me parece mejor, en muchos sentidos). Hasta tuve una novia argentina. Uno de los sueños de mi esposa era tener su luna de miel en Bariloche, deseo en el que, obviamente, le di gusto complacido. Tengo muchos tíos, primos y sobrinos nacidos allá, producto de la emigración de un tío abuelo que se fue para el Río de la Plata a buscar mejor fortuna. Mi preciosa sobrina Eva, nació en Buenos Aires y es hija de uno de los argentinos que más quiero y de mi prima adorada. Más que un cinéfilo soy un adicto al cine (esto en cambio, lo heredé de mi madre), y el argentino es uno de mis favoritos. Y así, podría enumerar varios otros acontecimientos que siempre me mantienen cerca de esa ciudad y ese país.
Evidentemente, esa atracción ha sido acompañada de muchas lecturas, incluyendo algunas sobre la historia argentina, dentro de la cual siempre he encontrado fascinante el fenómeno de Juan Domingo Perón y Evita, figuras cuasi míticas en ese país y de las cuales es impactante conversar con algún viejo peronista convencido. Para quien no es argentino es muy difícil entender el significado de estos personajes en ese país y por más que uno estudie el tema, siempre queda la sensación de que se ha visto únicamente la superficie. Sin embargo, hay dos novelas claves para comprender este fenómeno, “Santa Evita” y “La Novela de Perón” de Tomás Eloy Martínez, autor que siempre admiré y cuya reciente muerte me tomó por sorpresa, puesto que no tenía ni idea de que estaba enfermo, y que me ha dejado muy consternado.
El relato que hace Tomás Eloy de las peripecias que tuvieron que pasar los restos de Eva Duarte de Perón en “Santa Evita” es magistral. Muchos quisieran encasillarla dentro del “realismo mágico”, pero no le pertenece a ese género. En este caso, como pasa mucho en Latinoamérica, la realidad supera a la ficción. Y si bien, tal vez no explique por si sola el por qué Evita es considerada casi una santa por un considerable número de argentinos, nos ayuda mucho a comprender el mito. Por su parte, “La Novela de Perón”, fruto de las largas entrevistas que mantuvo su autor con el mismo Perón en los últimos días de su vida, es un documento fundamental para entender, tanto a la leyenda como al ser de carne y hueso.
Tomás Eloy Martínez, además de escribir esas dos novelas que considero esenciales para entender algo de lo que es la Argentina, es autor de “El Vuelo de la Reina”, merecida ganadora del Premio Alfaguara de Novela y que se basa en una historia real que conocí casi de primera mano y de otras tantas novelas y artículos que no es mi interés enumerar porque ya lo han hecho las incontables necrológicas que han salido en estos días. Sólo quisiera agradecerle a Tomás Eloy Martínez por brindarme, a través de una excelente y entretenida literatura, otra pieza en el rompecabezas de la argentinidad y por qué no, de lo latinoamericano. Estoy seguro que Borges, Cortázar y claro, mi abuelo, estarán complacidos con su compañía.