De acuerdo a los historiadores modernos es poco probable que Luis XIV haya pronunciado la conocida frase “El Estado soy yo”, pero lo que sí es un hecho es que su régimen caracterizaba al Absolutismo en su estado más puro, puesto que el rey no estaba sujeto a ninguna limitación institucional, legitimándose únicamente en la presunción de que su derecho a gobernar emanaba de Dios, y de esa forma, frente a sus súbditos no tenía más que derechos y no deberes. Así, en el monarca se concentraban todos los poderes del Estado, siendo su voluntad la única ley.
A la muerte de Luis XIV se vivía en Europa los albores del “Siglo de las Luces”, la Ilustración, de la que Montesquieu fue uno de sus grandes filósofos. Éste, que vivió durante su juventud los excesos del “Rey Sol”, escribiría más tarde su obra cumbre “Del Espíritu de las Leyes” en la cual, fruto de los años que pasó en Inglaterra observando su sistema político inspirado por las ideas de John Locke, plasmó la teoría de la división de poderes del Estado en Legislativo, Ejecutivo y Judicial, principio que constituye pilar fundamental del Estado de Derecho y por ende, de la Democracia. También abordó el sistema de pesos y contrapesos como una forma de preservar la libertad por medio de un freno a los poderes. Para Montesquieu el objetivo principal era evitar a toda costa el abuso de poder, debiéndoselo distribuir y equilibrar, evitando su concentración.
El absolutismo, a la luz de la Ilustración, se decantaría luego en lo que se denominó Despotismo Ilustrado, que mantenía sólo formalmente la división de poderes, pero que en el fondo permitía el control total de aquellos al monarca y que luego derivaría en los autoritarismos y totalitarismos modernos, como el fascismo italiano y el nazismo alemán.
Hace algunos meses el Presidente declaraba sin ambages que es el Jefe no sólo del Ejecutivo, sino también de los otros poderes del Estado, del Legislativo, del Judicial y de de los novísimos Electoral y de Transparencia y Control Social creados en la Constitución de 2008. En el marco de una constitución hiperpresidencialista como la vigente, estás afirmaciones generaron temor y preocupación, pero cabía la posibilidad, conforme la misma versión oficial posterior, que hubieran sido malentendidas y desconstextualizadas. Sin embargo, hechos recientes como el nombramiento de gente afin al Gobierno en la jefatura de la mayoría de las funciones estatales; leyes promulgadas a gusto del Presidente, utilizando un poder de veto que deja al legislativo como una surte de tonto útil; y, finalmente, una reforma tributaria aprobada violando la Ley Orgánica de la Función Legislativa y desconociendo una resolución tomada por una mayoría de asambleistas, hacen pensar que en el Ecuador se vive una especie de despotismo ilustrado.
Por: Arturo Moscoso Moreno
*Publicado en Diario Hoy de 04/Diciembre/2011:
No hay comentarios:
Publicar un comentario