No resulta arriesgado afirmar que Ernest Hemingway nació en Estados Unidos pero vivió para España.
Hemingway -escritor americano a la vieja usanza, cosmopolita y explorador y amante de los espacios abiertos- escribió sobre cantidad de lugares entre los que se cuentan la región primera de los veraneos infantiles al norte de Michigan, la primavera de Francia y el crepúsculo de Italia, las largas siestas de Cuba, las olas de Key West y las corrientes de Bimini, y las cacerías de África. Pero ningún sitio ejerció una influencia más poderosa en su persona y en su literatura que España.
La segunda línea de El verano peligroso -largo artículo de 1960 para la revista Life (1), lo último que escribió en vida y suerte de secuela de este Muerte en la tarde-lo afirma categóricamente y sin lugar a duda alguna: España era el país que más le gustaba a Hemingway después de su patria. Y en privado y solo frente a íntimos, solía ubicar a España muy por encima de América en el ranking de su atlas personal. Esta pasión era anterior, incluso, a sus numerosos viajes a España: son varias las biografías del escritor que puntualizan con maravillada extrañeza el hecho de que Hemingway, ya a la altura de sus primeros artículos para la revista de su colegio, firmara como Ernest de La Mancha. Algunos estudiosos llegan a insinuar teorías un tanto extremas para explicar este vínculo entre escritor y territorio (2).
Está claro que para Hemingway, España siempre fue la Tierra Prometida que cumplía sus promesas, el lugar adonde llegar, el hogar espiritual donde buscarse y encontrarse, o el santuario donde sus héroes Jake Barnes y Robert Jordan alcanzan la primera redención o abrazan el último sacrificio.
Una carta a su colega y entonces amigo Francis Scott Fitzgerald (3) -fechada el 1 de julio de 1925 y escrita en Burguete, España- explica el síntoma y se regocija sin pudor, mesura
o puntuación alguna:
El paraíso para mí sería una plaza de toros en la que yo tuviera siempre reservados dos asientos de barrera y afuera un arroyo con truchas en el que yo fuese el único autorizado a pescar y dos lindas casas en el pueblo; en una de ellas tendría a mi esposa y a mis hijos y les sería fiel y les amaría de verdad y con dedicación y en la otra tendría a mis nueve hermosas amantes cada una de ellas durmiendo en un piso diferente y en una de las casas los baños estarían provistos con copias del Dial a modo de papel higiénico y en la otra con ejemplares del American Republic y del New Republic. Y habría una buena iglesia como en Pamplona en la que me detendría a confesarme mientras fuera de una casa a otra y me subiría al caballo y cabalgaría con mi hijo hasta mi rancho con toros al que bautizaría como Hacienda Hadley (4) y allí les arrojaría monedas a mis hijos ilegítimos viviendo junto al camino. Escribiría mis cosas en la Hacienda y enviaría a mi hijo a revisar los cinturones de castidad de mis amantes porque alguien llegaría al galope con la noticia de que un célebre monógamo de nombre Fitzgerald había sido avistado en dirección al pueblo y en compañía de una pandilla de viajeros borrachos.
Y hay que decirlo: esta carta -como buena parte de las expresiones de Hemingway fuera de su ficción- tiene algo de patético y bastante de lamentable; nos muestra al escritor instalado con firmeza en el lugar común y vulgar del turista bestial y absurdo empeñado en ejercitar en el extranjero aquello que no puede hscer en su propio país. Para desgracia de los españoles, son multitud los norteamericanos que arriban a sus tierras inspirados pur esta faceta de Hemingway y que, apenas aterrizados, pierden lod papeles para recuperarlos, cuando ya es demasiado tarde, al descubrirse -súbitamente sobrios por el terror y sin recordar cómo fue que acabaron allí- corriendo con un pañuelo rojo al cuello y con una manada de toros miura pisándoles los talones por las calles resbaladizas y peligrosas de algún San Fermín.
El verdadero y más puro amor de Hemingway a España conviene disfrutarlo, sí, en sus obras más que en su vida (5). Allí y aquí transcurren y laten novelas como Fiesta (1926) y Por quién doblan las campanas (1940), la obra de teatro La quinta columna (1938), el guión y la locución para los docudramas cinematográficos y pro-republicanos España en llamas y La tierra española (ambos de 1937), parte de El jardín del Edén (publicada de forma póstuma en 1986), así como varios de sus más celebrados relatos, muchos de ellos, además, escritos en España (6).
El título Muerte en la tarde aparece por primera vez en el verano de 1931 eh los apuntes para un relato que no llegó a escribir nunca (7), pero el amor muy bien correspondido de Hemingway con España tiene su origen muchos años antes, cuando todavía no era un escritor pero ya se sentía listo para salir al ruedo a cortar orejas y clavar su pluma matadora.
El primer viaje de Hemingway por España es más una breve escala que otra cosa: en enero de 1919 se detiene apenas en el sur, de regreso a casa, dejando atrás el frente italiano y la guerra. En 1921, rumbo a París, pasa unas pocas horas en Vigo junto a su flamante esposa Hadley. En una carta enviada desde allí a su amigo William B. Smith, Jr. (8), funda y postula su percepción de lo español: “Un lugar para machos” con "atunes y truchas y vino a 2 pesetas”. En París, Gertrude Stein le habla de su entusiasmo por Joselito y por Juanito Belmonte (a quien la Stein le dedicaría un poema y al que Hemingway no deja muy bien parado en Fiesta) y le enseña al joven Hemingway fotos en las que ella y Alice B. Toklas aparecen en plazas de toros durante su viaje de 1915. In 1923. Hemingway visita España en dos oportunidades: durante mayo y junio (donde experimenta la epifanía y el satori y el deslumbramiento de sus primeras corridas a las que define "no como un deporte sino como una tragedia” y “la cosa más bella”) (9), y en julio para enloquecer de euforia en su primer San Fermín. Para entonces, Hemingway no se pierde ningún gran cartel, arrastra a su mujer embarazada de cinco meses por las calles alucinadas de Pamplona, y no duda a la hora de bautizar a su primer hijo como John Hadley Nicanor Hemingway en homenaje al matador Nicanor Villalta. Afortunadamente, o no, para el pequeño, pronto comienzan a llamarlo Bumby. En 1924 Hemingway regresa para San Fermín y en noviembre continúa con su entusiasmo epistolar de poseso agente de viajes despachando misivas a diestra y siniestra donde insiste en que España “es el único país que no está hecho pedazos”, descalificando, de paso, a Italia y a los italianos como “fascistas histéricos” mientras que los españoles tienen “lo que hay que tener”. Gran parte del atractivo, está claro, se debe a los toros y a los toreros, y en una carta a Ezra Pound (10), enviada desde Burguete en julio de 1924, define la plaza de toros como el único sitio donde “el valor y el arte se combinan con éxito”, y agrega: “En cualquier otra disciplina artística cuanto más mezquino y mierdoso es el tipo, Joyce por ejemplo, mayor es el éxito de su arte. No existe en absoluto comparación posible en el arte entre Joyce y el matador Maera. Maera gana por una milla”.
Como bien precisa James R. Mellow en su biografía del escritor (11): “España fue uno de esos episodios en la vida de un artista creador en el que todo -sus intuiciones, las circunstancias de su vida, el azar, las ambiciones- convergió al mismo tiempo y en un mismo lugar. Todo está conectado en la vida de un escritor, y Hemingway asoció sus constantes ganas de ir a España con su ambición como narrador y su necesidad de escapar del periodismo”. Y así lo recuerda Hemingway en las primeras páginas de Muerte en la tarde:
Por entonces yo intentaba escribir y me parecía que la mayor dificultad para ello, aparte de saber realmente lo que uno siente y no lo que debiera sentir o lo que a uno le han enseñado a sentir, estribaba en trasladar al papel la realidad de los hechos, los verdaderos sucesos que suscitaron la emoción experimentada. Cuando se escribe para un periódico se cuenta lo que ha ocurrido y, por medio de uno u otro truco, se llega a comunicar la emoción al lector, ya que la actualidad confiere siempre cierta emoción al relato de lo sucedido en el día; pero la realidad desnuda, la sucesión de movimientos y hechos que han producido la emoción y que serán igualmente válidos un año o diez más tarde o, con un poco de suerte y la suficiente pureza de expresión, siempre, era algo que estaba más allá de mis fuerzas y que me proponía apasionadamente conseguir. El único lugar donde se podía ver la vida y la muerte -esto es, la muerte violenta- una vez terminadas las guerras era en el ruedo, y yo ansiaba ir a España para estudiarlo.
Una carta del 1 de mayo de 1924 al influyente Publisher Edward J. O'Brien resulta particularmente interesante (12). En ella Hemingway postula por primera vez una teoría sobre el toreo relacionándolo con la escritura: la economía de movimientos, la precisión sin adornos, el arte como cuestión de vida o muerte, la búsqueda y hallazgo de “la secuencia entre el movimiento y el hecho” y del gozo de “la gracia bajo una presión extrema” cuyo efecto “puede ser tan profundo como cualquier éxtasis religioso”, dejando finalmente al espectador “tan vacío, tan cambiado y tan triste”. Sangre y tinta y arena.
Para 1925 (13), ya confeso fan y adicto a las corridas, Hemingway publica un artículo sobre su nueva fe en el Toronto Star Weekly para intentar convertir a sus compatriotas, y le repite a todo aquel con quien se cruza lo que ya le escribió a Bill Smith: “Ver mi primera corrida me produjo un placer más grande que cualquiera que experimenté hasta entonces”; o James Gamble (14): “España es el mejor país de todos. Está intacto y es increíblemente duro y hermoso”. Es en abril de ese año cuando Hemingway decide escribir “un libro sobre toros”. La idea es que fuera un ensayo acompañado de fotografías (en algún momento se llegó a pensar en una colaboración con Picasso, aunque Hemingway siempre lo negó), pero el proyecto resulta postergado en nombre de una novela con mucho de taurino que comienza a escribir luego de ver en acción a Cayetano Ordóñez (15): Fiesta, donde las corridas son casi otro personaje y funcionan como símbolo y metáfora de casi todo lo que les ocurre a los protagonistas. El entusiasta y febril primer borrador de Fiesta le llevó apenas dos meses. En 1926 la reescribe (en especial los tramos dedicados a las lidias de Pedro Romero, a quien en más de una ocasión, en sus notas, llama “mesías”), y la entrega, y es consagrada por la crítica, y Hemingway sigue entrando y saliendo de España y de sus plazas de toros. Lo que no significa que Hemingway haya olvidado su proyecto original: en una carta de diciembre de 1926 le informa a Maxwell Perkins de que sigue empeñado en la escritura de algo que no se conformará con ser una simple historia o apología del toreo sino que será “el toreo mismo” y “un libro serio”. En 1927 Hemingway se divorcia de Hadley, se casa con Pauline Pfeiffer y vuelve a España en tres ocasiones, y publica el libro de cuentos Hombres sin mujeres, donde destaca el relato “The Undefeated” -traducido como “Los matadores” o “Los indómitos”- protagonizado por un torero en el final de su carrera. En 1928 se repite el esquema -luego de una breve estadía en Estados Unidos, Hemingway viaja una y otra vez a su nueva patria- mientras trabaja sin cesar en Muerte en la tarde. En la temporada de 1929 se hace muy amigo del matador norteamericano Sidney Franklin -uno de los “protagonistas “ de Muerte en la tarde- y continúa escribiendo y corrigiendo un manuscrito de cuernos afilados y carrera traicionera. Un perfil publicado en julio de ese año en la revista Spur describe a Hemingway ya como uno de los atractivos locales de Pamplona. Cerca del final de la redacción de la novela, Hemingway sufre un grave accidente automovilístico, uno más entre la multitud de accidentes que marcan su vida, y retrasa la entrega a su editor. Publica -a modo de anticipo un libro que nadie esperaba- un artículo de quince páginas en la edición de marzo de 1930 de la revista Fortune con el tanto frío título de “Toreo, deporte e industria”. En 1931 continúa siguiendo de cerca a los toreros y mirando de reojo las páginas del monstruo al que llama “el maldito libro”, y rezándole a san Fermín todas las noches, y en algún momento, celebra su corrida número 1.500 como espectador. Cuando le envían de Scribner's las galeradas para que las revise, el supersticioso Hemingway estalla de furia al descubrir, en la página de los créditos, una anotación de uno de los correctores donde, en tinta roja, se lee “La muerte de Hemingway”, abreviando así, sin malas intenciones, el título del libro y el nombre del autor. Consciente o inconscientemente, este corrector no era el único que pensaba de ese modo: varios de sus amigos y editores en Scribner's sentían que esta bizarra aproximación a la tauromaquia significaría poco menos que un suicidio artístico para el escritor más admirado de Estados Unidos, alguien del que se esperaban novelas y relatos, pero no un canto casi histérico y glorificador de un deporte sangriento donde los hombres morían y los caballos eran destripados (16). Hemingway, preocupado, le pasa las pruebas a su amigo el escritor John Dos Passos, quien lo considera “una obra modelo” y “un clásico” (17) pero sugiere abundantes xortes en partes a las que siente demasiado autorreferenciales. Hemingway, cosa rara, le da la razón y obedece aunque sigue disgustado con su editorial y con el modo en que comienza a promocionar el libro como si se tratara de “una miscelánea” que provocará en los lectores la idea de que “tendrá que incluir también recetas de cocina y una guía telefónica” (18) Y agrega: “Tal vez puedan vender algunos ejemplares si lo publicitan como un maldito clásico sobre el toreo... Max, me siento muy mal con todo este asunto y hasta podría romperle el cuello al cretino que escribió eso en las galeradas”.
Muerte en la tarde -escrito bajo la influencia de Goya (19) en la tela y Maera en la arena- por fin aparece el 23 de septiembre de 1932 y concluye el primer y muy creativo período español de Hemingway (20). Años en que el escritor ha aprendido a modelar, a partir de la figura extrema de los toreros, el perfil de sus héroes pragmáticos y solitarios siempre jugándose todo en la arena de la vida y a los que -según el especialista Carlos Baker- puede entenderse como seres que son “aficionados a lo real, creen en lo que conocen empíricamente, abordan los hechos de la vida, uno de los cuales es el hecho de la muerte, con plena conciencia de las interrelaciones y la interdependencia de los dos. Esta calidad robusta de creencia corre como una gruesa línea roja a través de toda la galería de los héroes de Hemingway y, evidentemente, a través de la conciencia del artista que los ha creado” (21).
Los años entre 1933 y 1935 corresponderían al descubrimiento de África y del safari como automitificante nuevo rito de pasaje (22), pero el 18 de julio de 1936 España vuelve a titilar en la pantalla del radar de Hemingway: ha estallado la guerra civil. Y para el escritor no puede haber algo más apasionante que un país donde, de pronto, las balas comulgan con capotes y muletas y los toros corren junto a los tanques y a los aviones.
Pero esa es otra historia, y esa es otra novela.
Más de setenta años después de su aparición, Muerte en la tarde -primer libro en inglés sobre el tema y todavía hoy considerado el mejor y el más famoso- continúa siendo un libro saludablemente extraño e inasible. Parte memoir epifánica, parte baedeker ibérico, parte gotha taurino, parte manual de instrucciones “emocional y práctico” donde se recomienda cuáles son los mejores asientos para presenciar una buena corrida o cómo diferenciar un estilo de torear de otro, parte autobiografía catártica encubriendo apenas la enunciación de un credo artístico y existencial, parte reportaje desde la primera línea que ya anticipa muchos de los modales que caracterizarían al new journalism de la década de 1960, o que remite tanto a venerables tractats geográfico/social/históricos estilo la Arabia deserta de Charles M. Doughty como a companions no-ficción tipo Vida en el Mississippi de Mark Twain; lo cierto es que -a diferencia de lo ocurrido con mucho de lo firmado por Hemingway- Muerte en la tarde ha envejecido muy bien y enseguida queda claro para ellectot que su interés trasciende a la pasión evangélica y técnica por su tema.
El escritor Anthony Burgess lo definió así: “Se trata de un producto curioso, a veces aburrido, a veces de un interés absorbente… Para cualquiera que, como yo mismo, haya vivido en la península Ibérica, Muerte en la tarde queda libre de muchos de sus defectos con el paso del tiempo, asentándose en la categoría de los clásicos. Nunca me han gustado los toros y nunca he querido aprender a amarlos, pero me siento incapaz de ignorar las metáforas de su ritual… Hay percepción y verdad en este libro y, tal vez, la hojarasca de las necedades, la metafísica de mesa de taberna, los tediosos y prolijos párrafos son necesarios para hacerlas resaltar. No es tan fácil dejar a un lado este libro con un simple encogimiento de hombros ... Muerte en la tarde, a diferencia del tan popular Adiós a las armas, no fue celebrado en una canción popular. Sin embargo, más tarde dio su nombre a un cóctel con el que me tropecé por primera vez en el bar del aeropuerto de Auckland, Nueva Zelanda: una mezcla de absenta y champán que hacía honor a su nombre” (23)
Y lo cierto es que aquí hay momentos del mejor Hemingway investigando bares y calibrando botellas, describiendo con ojo periodístico el adiestramiento de toros y toreros sin por eso sacrificar interesantes innovaciones formales, como las numerosas secuencias en las que aparece “la vieja señora” -ewa discusión sobre el significado de la decadencia- como contrapunto de un autor que, casi dolido, admite que “no soy torero pero los suicidas me interesan mucho”.
Y en contra de lo que muchos esperaban, las críticas trataron con respeto a un libro sobre una afición virtualmente desconocida para los norteamericanos (24) “Biografía espiritual” y “obra maestra trágica” fueron algunos de los comentarios. Malcolm Cowley lo consideró “un volumen admirable”. Incluso H.L. Mencken -quien siempre se había ensañado con Hemingway - lo considera “una pieza excepcional de escritura documental... con la vivacidad de aquello que se ha vivido y sentido de cerca”, pero también se queja de que “a menudo desciende a una cursilería y vulgaridad irritantes con un lenguaje desnudo y sin gracia”. Otros - como Robert Coates en The New Yorker- detectaron por primera vez una peligrosa tendencia de Hemingway a rebajar y burlarse de sus colegas (Eliot, Huxley, Cocteau y, en especial, Faulkner) pero rescataron numerosos pasajes “de deslumbrante honestidad”. Edmund Wilson --que no se ocupó de él en público- le confesó en una carta a Fitzgerald que le pareció “un tanto lloroso, la única cosa suya que no me ha gustado”. Pero lo verdaderamente interesante del tratamiento crítico a Muerte en la tarde fue que, en general, las reseñas estrenaron un síntoma que se repetiría a partir de entonces, una y otra vez, a la hora de apreciar a Hemingway: se ocuparon de la personalidad de su autor y, de paso, inauguraron lo que de allí en adelante se percibiría como el mito Hemingway y/o el macho épico y sus circunstancias.
Dorothy Parker ya había comentado en 1929, en una pieza humorística en The New Yorker, que “probablemente no exista otro escritor que hable y escriba y mienta tanto acerca de sí mismo” y que “no demoraremos en descubrir que Hemingway es el Delfín perdido, que fue herido de bala en días de espía alemán y que, en realidad, es una mujer disfrazada de hombre”. Pero ahora la cosa iba en serio. Gertrude Stein se permitió insinuar en Autobiografía de Alice B. Toklas que Hemingway era un cobarde que le había robado su estilo; y especialmente molesto le resultó al escritor el artículo y “la traición” del editor y periodista y alguna vez amigo Max Eastman quien -con el título de Bull in the Afternoon (cuya traducción aproximada -bull equivale aquí tanto a como a bullshit- sería “Patrañas en la tarde” ) (25)- denunciaba, entre muchas “hermosas páginas”, la necesidad patológica de Hemingway de presentarse una y otra vez como una suerte de supermacho, obsesión solo comprensible en alguien “que carece de la serena confianza de quien se siente un hombre completo” y se refugia en un estilo “de pelo en pecho postizo” donde lo único que queda a modo de satisfacción es gozar con “la tortura pública de un animal tonto”. Hemingway respondió a la infamia con sus habituales cartas prometiendo peleas a un round y días después, al encontrarse a Eastman en la oficina de Maxwell Perkins en Scribner's, luego de abrirse la camisa y mostrarle la veracidad de su pelo, se arrojó sobre Eastman y comenzó a golpearlo exigiéndole que enseñara su pecho lampiño.
En cualquier caso, una semana después de la publicación del libro, Hemingway se retiraba a su rancho a perseguir otros animales y a ocuparse y preocuparse por cuestiones más urgentes: Charles Thompson, su compañero de cacería, mataba a un oso mientras que él no conseguía nada. “Pobre Viejo Papa”, dicen que entonces gruñó Hemingway y vació su rifle al aire y volvió a Key West a seguir escribiendo.
Rodrigo Fresán
1. Las 10.000 palabras que le encarga la revista crecen hasta alcanzar las 120.000. Hemingway -deprimido- descubre que no puede, no es capaz, no sabe cómo cortar el manuscrito, por lo que Lijé acaba publicando extractos. El verano peligroso aparecerá en forma de libro en 1985 en la editorial Scribner's.
2. Véase, por ejemplo, “Hemingway's Spanish Sensibility”, ensayo de Allen Josephs incluido en The Cambridge Companion to Ernest Hemingway (Cambridge University Prcss, 1996) donde se llega a mencionar a la “memoria genética” y al “atavismo latente” como posibles motivaciones para el amor y la obsesión de Hemingway -"nuestro escritor más primordial”- por España.
3. Incluida en Selected Letters: 1917-1961 (1981, edición de Carlos Baker). Páginas 165-166.
4. Nombre de la primera esposa de Hemingway: Hadley Richardson. El matrimonio duraría de 1920 a 1927.
5. En una entrevista de Manuel Vázquez Montalbán a Camilo José Cela publicada en Solidaridad Nacional el 12 de julio de 1961, el primero pregunta: “¿Acierta Hemingway en su visión de España?”, y el segundo responde: “No se trata de acertar o no. Para mí, se quedó fuera en algunos matices y adivinó, sin embargo, lo sustantivo de España. Jamás un escritor de lengua no española nos intentó ver con más amor,”. Más adelante, Vázquez Montalbán pregunta: “¿Ve usted alguna relación entre el borracho, el hombre de acción, el publicitario de toreros y el novelista?”. Cela, un tanto irritado, le contesta: “No creo que Hemingway fuera borracho ni mucho menos publicitario de toreros; el que le gustasen el vino y los toros no autoriza a situar la pregunta en el extremo sin salida desde el que usted la hace”.
6. Los famosos "Los asesinos”, “Diez indios” y “Hoy es viernes”, por ejemplo, fueron escritos en una pensión de Madrid a lo largo de un solo día: "Un 16 de mayo en que se suspendieron las corridas de San Isidro porque nevó”, recordó Hemingway en la entrevista que le concediera al joven George Plimpton de The Paris Review en 1954. Y, puestos a ser obsesivos, es pertinente recordar que el real Gregorio Fuentes (patrón en Cuba del yate Pilar de Hemingway) y el ficticio Santiago de El viejo y el mar habían nacido en las islas Canarias.
7. Allí se lee: “Dos muchachos-mismo pueblo-juegan a ser toreros en las calles-uno muere-incidente en Saragossa (sic)-otro se, convierte en matador otro se convierte en revolucionario-/chica/-carreras-el matador se queda con la chica-corrida-final-plaza de toros”. Por esos días es cuando su editor, Maxwell Perkins, le envía a Key West noticias de que los estudios Metro Goldwyn Mayer están interesados en que Hemingway viaje a Hollywood a escribir un guión “con tema español y con toreros”. Hemingway no demora en responder que no tiene el menor interés en prostituirse para el cine. Lo único que le interesa es terminar un libro sobre el mundo de las corridas en el que lleva trabajando más de tres años.
8. Carta incluida en Selected Letters: 1917-1961 (1981, edición de Carlos Baker). Página 58.
9. Carta a William D. Horne incluida en Selected Letters: 1917-1961 (1981, edición de Carlos Baker). Páginas 87-88.
10. Carta incluida en Selected Letters: 1917-1961 (1981, edición de Carlos Baker). Página 118.
11. Hemingway: A life Without Consequences (1992, Houghton MiffIin).
12. Carta incluida en Selected Letters: 1917-1961 (1981, edición de Carlos Baker). Página 117.
13. Año en que aparece el libro de relatos En nuestro tiempo y donde se incluyen varias viñetas taurinas -entre ellas “El primer matador” y “Maera yacía inmóvil… donde predice la muerte del matador varios años
antes de que tuviera lugar -escritas a partir de descripciones orales de amigos antes de que hubiera visto su primera corrida. Cinco de los relatos más largos también tienen trasfondo español.
14. Carta incluida en Selected Letters: 1917-1961 (1981, edición de Carlos Baker). Página 107.
15. Ordóñez es el transparente modelo para el Pedro Romero de Fiesta.
16. Uno de los principales reproches que se le hizo a Hemingway fue el considerar el momento en que un toro le saca las tripas al caballo del picador como una suerte de “entreacto cómico” en la tragedia entre hombre y astado.
17. En The Fourteenth Chronicle: Letters and Diaries of John Dos Passos (edición de Townshend Ludington, Gambit, 1973).
18. Carta de Hemingway a Maxwell Perkins del 28 de junio de 1932. Incluida en Selected Letters: 1917-1961 (1981, edición de Carlos Baker). Página 361.
19. Hemingway estaba particularmente fascinado por el modo en que Goya “narraba” en las series de grabados Los desastres de la guerra y La tauromaquia.
20. Dato curioso y comentado en extenso en Hemingway Vs. Fitzgeraid: The Rise and Fall of a Literary Friendship, de Scott Donaldson (The Overlook Press, 1999): Hemingway siempre le dijo a Fitzgerald que, como compartían editorial, jamás deberían aparecer dos libros de ellos al mismo tiempo; pero Muerte en la tarde apareció casi simultáneamente con Save Me the Waltz, la novela autobiográfica de Zelda Fitzgerald, cosa que no le hizo ninguna gracia a Hemingway -quien siempre tuvo una relación conflictiva con la esposa de su colega y rival- y no demoró en escribirle a Maxwell Perkins: “Si alguna vez publicas una novela firmada por alguna de mis esposas, te juro que te llenaré el cuerpo de balas”. Hemingway, por supuesto, definió la novela de Zelda como “completa y absolutamente ilegible” y le exigió a Perkins su “completa dedicación” para con Muerte en la tarde.
21. En Hemingway- The Writer as an Artist, de Carlos Baker (Princeton University Press, 1972).
22. Véase Las verdes colinas de Africa, de Emest Hemingway (Scribner's, 1936).
23. De Ernest Hemingway and his World, de Anthony Burgess (Thames and Hudson, 1978).
24. Cabe preguntarse qué ocurrió con Muerte en la tarde en España. En el artículo “La censura franquista y el turismo” -incluido en el libro Hemingway desde España, edición de Carlos G. Reigosa, Visor Libros, 2001- Douglas Edward Laprade apunta que, al ser editado en1968, Muerte en la tarde, como todo lo escrito por el norteamericano, fue revisado a conciencia por los censores quienes lo consideraban en ocasiones como “un
enemigo de la hegemonía del pueblo español,., y en otras como “un portavoz de la cultura española...” Sin embargo, poca cosa señalaron aquí a no ser el inevitable aumento de los precios mencionados desde 1932. Las corridas fueron definidas como “Una barbarie aún persistente e incomprensible para todo aquel que no sea español”, pero el libro de Hemingway como “la mejor aportación de un extranjero en un intento de explicarse ese espectáculo inexplicable”.
25. Publicado en The New Republic el7 de junio de 1933.
*Tomado de Hemingway, Ernest (2005) Muerte en la tarde, Ramdom House Mondadori, España pp. 7-20
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