miércoles, 15 de agosto de 2012

Autoritarismo Electoral


Dar un concepto de democracia es una tarea compleja. Existen varias definiciones, tanto sustantivas, que van a su contenido, como normativas, que se ocupan de las características que debería tener, es decir, establecen ciertos elementos mínimos que caracterizan como democracia o no a un determinado régimen político. Estas definiciones, llamadas mínimas o procedimentales, entre las que podemos resaltar las de Schumpeter, Dahl o Przeworski, categorizan como un elemento central de la democracia a las elecciones, las que deben ser periódicas, incluyentes, plurales, competitivas, abiertas, justas, limpias, libres e imparciales y en las que esté garantizada la incertidumbre de los resultados.

Existen regímenes políticos que, aparentemente, cumplen con las características de una democracia representativa y en los que se celebran elecciones plurales y periódicas, pero que en realidad violan los principios liberales y democráticos tan profunda y sistemáticamente que las terminan convirtiendo en instrumentos del autoritarismo. Esto es lo que el politólogo Andreas Schedler califica como “autoritarismo electoral”.

Bajo estos regímenes, dice Schedler, las elecciones son democráticas sólo en apariencia, porque si bien son periódicas y ampliamente incluyentes al celebrarse mediante sufragio universal, su pluralidad, competitividad y apertura son mínimas,  permitiéndose a los partidos de oposición participar, ganar votos y escaños, pero negándoles la posibilidad de una victoria y haciéndolos víctimas de un tratamiento represivo selectivo e intermitente. Así, las elecciones están sujetas a una manipulación tan grave, generalizada y sistemática por parte del régimen que éste no califica como democracia.

Schedler advierte que la manipulación autoritaria puede venir en muchas formas, pero todas responden al propósito del régimen de asegurarse un resultado electoral positivo. Así, éste podría diseñar reglas electorales discriminatorias que excluyan a partidos y candidatos de oposición del proceso electoral, que restrinjan su acceso a los medios y al financiamiento de campaña y/o que impongan a sus partidarios restricciones al sufragio. Obligarlos, a través de la coacción o la corrupción, a abandonar la lid electoral o mermarles votos y escaños a través de una distritalización fraudulenta son otras posibilidades.

En nuestro país, la mayoría absoluta con la que cuenta el ejecutivo en la dirección del CNE, incluso con un ex funcionario del gobierno presidiéndolo; las últimas reformas al Código de la Democracia; y, el escándalo de falsificación de firmas para la inscripción de partidos y movimientos que, como resultado esperado por el Gobierno, podría tener a Alianza País como único actor en el próximo proceso electoral, enmarcan al régimen actual dentro de los parámetros de un autoritarismo electoral.

Por Arturo Moscoso Moreno

lunes, 6 de agosto de 2012

La impudicia del poder


En febrero de 2010 Wanda Taddei tuvo un altercado con su esposo, el entonces baterista de la banda Callejeros (la misma que tocaba cuando se incendio la discoteca Cromañón y murieron 194 personas), Eduardo Vázquez. Según los informes, durante la discusión éste tomó una botella de alcohol, lo roció sobre su esposa y le prendió fuego. Las quemaduras le afectaron el 60% del cuerpo, agonizó durante diez días y murió. Tenía 29 años y dejó a dos niños en la orfandad. Vázquez fue condenado a 18 años de reclusión por homicidio agravado.

En agosto de 2007 Gonzalo Acro, jefe de una barra de River Plate, finalizó su clase de boxeo en altas horas de la noche y salió caminando junto a un compañero de hinchada. Doblaron una calle y fueron sorprendidos por un grupo de personas, que, sin mediar palabra, les dispararon. Acro recibió un tiro en uno de los muslos y dos en la cabeza. Ingresó al hospital en coma y con pérdida de masa encefálica. Falleció tras 30 horas de agonía. Tenía 29 años. Poco después se demostró que los asesinos eran hinchas de River de otra barra, entre los cuales estaba Rubén Pintos, que fue condenado a cadena perpetua por el crimen.

En días recientes el diario Clarín publicó algunas fotografías de un acto de apoyo al régimen de Cristina Fernández organizado por la agrupación abiertamente kirchnerista denominada “Vatayón Militante” (sic), en las cuales se puede ver a Vázquez y a Pinto tocando en un concierto. En el reportaje se denuncia que muchos presos son sacados de la cárcel a fin de participar en actos políticos de apoyo al régimen. La reacción pública de rechazo fue inmensa.

Mientras el padre de Wanda manifestaba públicamente su estupor y dolor al enterarse que el asesino convicto de su hija tenía permiso para salir a apoyar a Fernández, ésta, muy desparpajadamente y fiel a su estilo, señalaba que el reportaje era “una mentira absoluta”, y que esos encuentros no son políticos, si no que buscan “la reinserción del preso” a la sociedad, criticando además que se utilice el dolor de los familiares de las víctimas para atacar a su gobierno. "No les importa la verdad; lo que sufren las víctimas o sus familiares tampoco; sólo quieren ver cómo manipulan este dolor para atacar al gobierno".

Sin embargo, casi al mismo tiempo, la misma organización Vatayón Militante reconocía, mediante un comunicado de prensa, que los actos en los que participaban los presos eran políticos. “Creemos y sabemos que la cultura siempre es política, hacemos política desde la cultura. Porque todo es política”, dice el comunicado.

El diccionario de la RAE define a la impudicia como la falta de recato y pudor, y la cínica actitud de CFK frente a los hechos relatados nos revelan que el poder no solamente corrompe, como ya lo dijo Lord Acton, sino que también se vuelve impúdico.