Dar un concepto de democracia es una tarea
compleja. Existen varias definiciones, tanto sustantivas, que van a su
contenido, como normativas, que se ocupan de las características que debería
tener, es decir, establecen ciertos elementos mínimos que caracterizan como
democracia o no a un determinado régimen político. Estas definiciones, llamadas
mínimas o procedimentales, entre las que podemos resaltar las de Schumpeter,
Dahl o Przeworski, categorizan como un elemento central de la democracia
a las elecciones, las que deben ser periódicas, incluyentes, plurales,
competitivas, abiertas, justas, limpias, libres e imparciales y en las que esté
garantizada la incertidumbre de los resultados.
Existen
regímenes políticos que, aparentemente, cumplen con las características de una
democracia representativa y en los que se celebran elecciones plurales y
periódicas, pero que en realidad violan los principios liberales y democráticos
tan profunda
y sistemáticamente que las terminan convirtiendo en instrumentos del
autoritarismo. Esto es lo que el politólogo Andreas Schedler
califica como “autoritarismo electoral”.
Bajo estos regímenes, dice Schedler, las
elecciones son democráticas sólo en apariencia, porque si bien son periódicas y
ampliamente incluyentes al celebrarse mediante sufragio universal, su pluralidad,
competitividad y apertura son mínimas, permitiéndose
a los partidos de oposición participar, ganar votos y escaños, pero negándoles la
posibilidad de una victoria y haciéndolos víctimas de un tratamiento represivo selectivo
e intermitente. Así, las elecciones están sujetas a una manipulación tan grave,
generalizada y sistemática por parte del régimen que éste no califica como
democracia.
Schedler advierte que la manipulación autoritaria
puede venir en muchas formas, pero todas responden al propósito del régimen de
asegurarse un resultado electoral positivo. Así, éste podría diseñar reglas
electorales discriminatorias que excluyan a partidos y candidatos de oposición del
proceso electoral, que restrinjan su acceso a los medios y al financiamiento de
campaña y/o que impongan a sus partidarios restricciones al sufragio. Obligarlos,
a través de la coacción o la corrupción, a abandonar la lid electoral o mermarles
votos y escaños a través de una distritalización fraudulenta son otras
posibilidades.
En nuestro país, la mayoría absoluta con la que
cuenta el ejecutivo en la dirección del CNE, incluso con un ex funcionario del
gobierno presidiéndolo; las últimas reformas al Código de la Democracia; y, el
escándalo de falsificación de firmas para la inscripción de partidos y
movimientos que, como resultado esperado por el Gobierno, podría tener a Alianza
País como único actor en el próximo proceso electoral, enmarcan al régimen
actual dentro de los parámetros de un autoritarismo electoral.
Por Arturo Moscoso Moreno
*Tomado de Diario Hoy 12/08/ 2012: http://www.hoy.com.ec/noticias-ecuador/autoritarismo-electoral-558620.html