A propósito del centenario del asesinato de Eloy Alfaro, pongo a su consideración dos interesantes puntos de vista sobre la mitificación de los héroes y su utilización política, como hace el actual gobierno con la figura y la espeluznante muerte del “Viejo Luchador”
"Muerte y política
El filósofo francés francés Henri Bergson invoca a la facultad fabuladora de la mente humana, creadora de mitos que marchan paralelamente a la historia. Y Latinoamérica no se ha sustraído a esa tendencia en los últimos 60 años
El académico Olaf B. Rader escribió un libro titulado Tumba y Poder, para desentrañar la afición tanatofílica de muchos regímenes políticos. Entre los diversos aportes de esta obra, se encuentran evidencias de cómo algunos gobiernos utilizan a personas muertas para profundizar sus raíces históricas y justificar un nuevo proyecto político. En este sentido, pese a la enemistad entre Adolfo Hitler y el presidente Paul von Hindenburg, cuando este último falleció, el Canciller del Reich desplegó un enorme aparataje para sus funerales y en su discurso proclamó el ingreso de Hindenburg al Walhalla (paraíso de los héroes en la mitología germana). Al fallecimiento de Vladimir Ilich Lenin, sus sucesores mandaron momificarle, repartieron el cerebro entre múltiples investigadores para descubrir las causas de su genio y erigieron un mausoleo, que fue visitado por millones de personas a lo largo de casi 70 años, con lo cual la atea Unión Soviética contó con su propio "dios".
Esta actitud señalada por Rader responde a lo que el filósofo francés Henri Bergson denomina la facultad fabuladora de la mente humana, creadora de mitos, que marchan paralelamente a la historia. Latinoamérica no se ha sustraído de esta tendencia en los últimos 60 años; y así, por ejemplo, en Cuba, el natalicio de José Martí es celebrado con desfiles nocturnos de antorchas; igualmente en Venezuela, Hugo Chávez, ha instaurado un culto a Bolívar, acusando a las supuestas oligarquías bogotanas de su muerte.
El presidente Rafael Correa, en nuestro país, ha adoptado a Eloy Alfaro como su inspirador histórico. Por lo mismo, no causa asombro que, en el centenario de su cruenta muerte, la actual ministra de Patrimonio proponga cambiar la partida de defunción en la que se dice que fue el pueblo el que mató a Alfaro. Como se podrá observar, esto se encuadra en el contexto antes mencionado de la sacralización de líderes políticos, pero con toda razón los historiadores de cualquier signo ideológico se opondrán a la alteración de documentos. Además, en la visión de este alfarismo moderno, no es concebible que un líder revolucionario que realizó cambios fundamentales haya sido agredido por el pueblo beneficiario de las transformaciones, sino que las causantes de los asesinatos debieron ser las oligarquías afectadas.
El mismo hecho horrendo que constituyó el asesinato de Eloy Alfaro, Flavio Alfaro, Medardo Alfaro, Manuel Serrano, Luciano Coral, Ulpiano Páez y con anterioridad el de Pedro J. Montero, "el tigre del Bulubulu", obligó a que en ese mismo tiempo se investigara quiénes fueron los responsables del delito. En el propio 1912, Olmedo Alfaro publicó un libro titulado El asesinato del general Eloy Alfaro ante la historia y la civilización, revelando los nombres de quienes participaron directamente en el crimen. Luego, se instauró un proceso en el que actuó de fiscal el notable jurisconsulto Pío Jaramillo Alvarado, acusando a un gran número de personas el haber intervenido en el hecho, ya fuere en el arrastre de los cuerpos, que además lo hicieron por turnos; en la compra de leña para la pira, y a los que incentivaban a la multitud para la consumación del linchamiento. Se denunció también a funcionarios públicos, como el ministro Octavio Díaz, quién se había entrevistado con José Cevallos, uno de los actores del hecho. Incluso el fiscal Pío Jaramillo Alvarado acusó directamente al gobierno interino de Carlos Freile Zaldumbide como el responsable de tan horrendo acontecimiento. Por lo mismo, al haber actuado, bien como autores o alentadores, el número de personas fue extremadamente grande para ubicar únicamente en unas la responsabilidad. A todo esto, hay que agregar que la segunda administración del general Alfaro estuvo llena de confrontaciones y que el Gobierno actuó con extrema mano dura en la represión de sus opositores. Así, agredió a balazos a estudiantes universitarios, dirigidos por Belisario Quevedo, que habían conformado clubes para impedir los reiterados fraudes electorales de los que se acusaba al Gobierno. El 25 de abril de 1907, gracias a que Alfaro consiguió facultades extraordinarias del Congreso, actuó la fuerza pública para reprimir la manifestación. Murieron tres personas, se detuvo y juzgó a estudiantes, persiguiéndose aun a sus defensores, como fue el caso del doctor Luis Felipe Borja hijo, quién presentó acusación contra el Régimen, en nombre de la madre del estudiante Alejandro Salvador, uno de los fallecidos en la protesta. De inmediato, El Gobierno comunicó al abogado que tenía el plazo de ocho días para abandonar el país.
Esto causó un sentimiento de rechazo generalizado en la opinión pública, que fue variando a favor del mandatario por la culminación de la obra del ferrocarril y el peligro de guerra con el Perú en 1910, porque el laudo arbitral del Consejo de Estado de España favorecía la tesis territorial del vecino del Sur. La propia obra del ferrocarril se empañó, pues, a pesar de la integración nacional que significó, sus fletes de transporte se consideraba extremadamente altos en relación a los precios de otros ferrocarriles del mundo, a tal punto que se decía que resultaba más barato importar trigo y cebada de Chile y California que traerlos de la Sierra. Esta situación llevó a que el Congreso destacara una comisión para investigar el problema, la que sugirió que el Gobierno "gestione la absoluta eliminación de Mister H. Harman, como gerente de la empresa de ferrocarriles".
En 1910, dado los costos del ferrocarril, el Congreso Nacional se ocupó de un posible arrendamiento del Archipiélago de Galápagos, propiciado por el Gobierno de Alfaro, quién había recibido propuesta de los Estados Unidos para alquilar las islas por $15 millones por un plazo de 99 años. El Presidente quería realizar esa transacción porque, además, consideraba que las islas no reportaban ninguna utilidad al país.
Alfaro debía culminar su período presidencial en agosto de 1911, y por lo mismo, se realizaron elecciones a principios de ese año. Los candidatos fueron Emilio Estrada, persona culta, y Flavio Alfaro, sobrino del presidente, quien tenía verdadera obsesión por el poder. Triunfó Estrada, que había sido el candidato de Alfaro. Sin embargo, el "Viejo luchador" cambió de opinión y presionó a Estrada para que renunciara. Como no lo consiguió, convocó a Congreso Extraordinario buscando la anulación de las elecciones. El Ejército y el Congreso se dividieron, lo que motivó la intervención de la Junta Patriótica, creada por Alfaro para enfrentar el problema territorial de 1910 y que fue presidida por el arzobispo González Suárez, la que advirtió al Congreso que la soberanía del país no residía en el Parlamento sino en la nación y que, por lo mismo, si se anulaban las elecciones, el Congreso violaría la Constitución.
Corrieron rumores sobre golpe de Estado. El 11 de agosto de 1911, una asamblea reunida en el Municipio de Quito desconoció a Alfaro. Parte del Ejército que se alejaba del caudillo produjo un levantamiento al grito de "viva la Constitución"; una multitud agresiva recorría las calles generando atropellos y saqueos. La fracción militar leal a Alfaro avanzaba hacia Quito. Debió intervenir él mismo, deteniendo la incursión, pero exigió que se le dé garantías para alojarse en la Legación chilena y salir del Ecuador. Efectivamente, atravesó la plaza de la Independencia protegido por el ministro chileno Víctor Eastman Cox, hasta llegar al actual Banco Pichincha, en donde se encontraba la representación diplomática de ese país. Renunció al poder y prometió no volver a intervenir en política.
El presidente del Senado, Carlos Freile Zaldumbide, se hizo cargo por 22 días. El ambiente adverso a Alfaro y a sus amigos se hacía sentir; sin duda, esto tenía que ver con los reiterados fraudes electorales realizados por el ala extrema del alfarismo antes mencionado, los ataques a los periódicos contrarios al Gobierno, que incluyeron la clausura de El Comercio y la prisión de los hermanos Mantilla Ortega, que intentaban ser independientes. Todo esto permite comprender que el país deseaba cambiar de régimen y, por lo mismo, Emilio Estrada recibió respaldo y creó expectativas cuando asumió la Presidencia el 31 de agosto de aquel año. Lamentablemente, por su corto Gobierno (murió en Guayaquil el 22 de diciembre de 1911 de infarto cardíaco), no pudo consolidar un proyecto político alternativo, por lo cual se hizo cargo del poder nuevamente Carlos Freile Zaldumbide, quien pertenecía a la clase alta quiteña. Dedicado al campo, buscó mejorar la ganadería, introduciendo la raza Holstein. Fue partidario y amigo de
Alfaro, habiendo sido gobernador de Pichincha, ministro de Estado, rector de la Universidad Central, vicepresidente de la República, presidente de la Asamblea Constituyente de 1906 y presidente del Senado, por lo cual, de acuerdo con la Constitución mencionada, asumió el encargo del poder. Existe una fotografía tomada el 25 de junio de 1908 de un homenaje organizado por Freile con motivo del cumpleaños de Alfaro y la llegada del ferrocarril, donde se encuentran personajes de la alta sociedad quiteña. ¿Significa esto entonces que parte de la oligarquía estaba con Alfaro? Probablemente más tarde, la relación entre Freile y el líder radical debió enfriarse. Pero tampoco accedió días después del arrastre de los Alfaros a los deseos del general Leonidas Plaza de volver a la Presidencia, y tras el asesinato de su ministro leal Julio Andrade, renunció a su cargo y fue reemplazado por Francisco Andrade Marín.
El resto de la historia es conocida; a la muerte de Estrada, Flavio Alfaro y Pedro J. Montero, se levantaron en contra del Gobierno interino de Carlos Freile Zaldumbide, el uno en Esmeraldas y el otro en Guayas. Eloy Alfaro regresó para mediar entre sus lugartenientes. El Régimen de Freile no estuvo dispuesto a negociar con los sublevados, envió al Ejército comandado por los generales Leonidas Plaza y Julio Andrade, el que se enfrentó con los rebeldes de Huigra, Naranjito y Yaguachi, donde hubo miles de muertos, lo que enardeció más a la ciudadanía. Derrotados los Alfaros, como se les decía entonces, corrieron la suerte antes descrita. Esta historia no se puede cambiar plebiscitariamente, pero sí asimilar la lección para evitar la intolerancia y el autoritarismo.
Eloy Alfaro: memoria de una tragedia mítica
La hoguera bárbara
El antropólogo Segundo Moreno Yánez hace una reconstrucción de la forma en que, a partir de su muerte, Eloy Alfaro, el hombre de carne y hueso, se convirtió en un mito político y en protagonista de una tragedia mítica
En su conocida obra Totem y Tabu, Sigmund Freud se propuso explicar los orígenes de la historia humana "mediante interpretaciones psicoanalíticas proyectadas sobre la antropología". Para el padre del psicoanálisis, el "drama edípico primigenio, esto es, el parricidio en la horda primitiva", fue la base de la religión y de la moralidad y el fundamento de la vida civilizada. No es lejana a la psicología de los pueblos la teoría propuesta por James George Frazer en La Rama Dorada (México, 1986) de que los reyes, sacerdotes y dioses dan vida a la sociedad gracias a su entrega a la muerte ritual. Incluso la conmemoración de un sacrificio es la rememoración de un homicidio colectivo fundacional, trátese del origen de un pueblo y de una nación o del inicio de una transformación dialéctica. A este propósito, conviene recordar la afirmación de Marco V. Rueda (Mitología, Quito, 1993) de que la mitología nunca es "la historia de la vida de los dioses, sino la vida de los hombres", por lo que a través de los mitos, podemos descubrir lo que nosotros sentimos y vivimos. Por lo mismo, detrás de un ritual dramático, se encuentra una historia contextualizada que no es sino la "historia clínica" de un pueblo, en cuyo análisis se pueden descubrir las propensiones sociales, entre ellas las debilidades y patologías, así como diversas formas de resistencia, la solidez, constancia y reciedumbre: virtudes y defectos, asociados todos ellos a un inconsciente colectivo.
Conocer "males espantosos" y buscar "remedios heroicos". Son importantes las reflexiones anteriores para entender mejor los "espeluznantes acontecimientos del mes de enero de 1912" que, sin duda, se encuentran, al decir de Jorge Salvador Lara en su prólogo a Eloy Alfaro de Wilfrido Loor (Quito, 1982), "entre las páginas más sórdidas y siniestras" de nuestra historia y "cuya rememoración causa, hasta ahora, horror y estremecimiento".
Ya desde el año de la "hoguera bárbara", surgieron los ensayos tendientes a rescatar la memoria histórica, aureolada de martirio, del caudillo liberal Eloy Alfaro; inicia esta tendencia la remembranza filial de Olmedo Alfaro con su libro El asesinato del Gral. Eloy Alfaro ante la historia y la civilización (Panamá, 1912). Frente a esta tesis panegirista y a partir del Manifiesto lanzado el mismo año por el Partido Conservador con miras a rechazar la acusación de haber participado en el múltiple asesinato, apareció una "antítesis limitante", en la que sobresale la obra de Wilfrido Loor Moreira: Eloy Alfaro (Quito, 1947, 1982) que, con meticulosa metodología, recoge fuentes históricas sin escatimar las provenientes del bando liberal, por lo que, incluso sus opositores, la han convertido en "inagotable cantera de datos para la propia historiografía liberal". Hasta el momento, Loor Moreira es el que "mayor acopio de datos aporta para una aproximación a la figura de Alfaro". Su bibliografía es casi exhaustiva y contiene libros, folletos, diarios y periódicos, revistas y folletines ocasionales, mientras la recopilación documental, además de los testimonios del "Proceso", ha incluido partes de guerra, telegramas, mensajes, decretos, cartas, memorias, recibos, etc.
No hay que olvidar, sin embargo, que aunque la reconstrucción de los hechos es fidedigna e históricamente fundamentada, sus juicios son apodícticos desde el punto de vista de sus convicciones políticas. El presidente Velasco Ibarra en una carta (23.05.1955) le decía: "Hoy en que Alfaro resulta el iluminador y el héroe de la nacionalidad ecuatoriana, tus libros aportan el inexorable y documentado correctivo y permitirán que más tarde, cuando surja el verdadero historiador, lleno de talento y de conciencia, realice la reconstrucción honda de hombres y de tiempos que le permita al Ecuador entenderse a sí mismo, conocer sus males espantosos y buscar los remedios heroicos para su existencia nacional".
Por lo mismo, frente a la historia que deviene en "un recuerdo para honra o ludibrio de los ciudadanos", es importante rememorar la personalidad de Eloy Alfaro como un hombre de carne y hueso que, al decir de W. Loor, "en lenguaje popular manabita, es de los que saben arrastrar el poncho y no lo dejan pisar de cualquiera. Pequeño de cuerpo, de ojos vivos, que suplen la poca facilidad de palabra, campechano, bonachón en apariencia, posee el arte de ser jefe y captarse la buena voluntad de los que le rodean". No obstante, la historia, como a otros personajes, le convirtió en "mito político", es más, en protagonista de una "tragedia mítica". Los mitos políticos, según Olaf B. Rader (Tumba y Poder, Madrid, 2006), "existen en tres formas de transmisión que se refuerzan recíprocamente: la narrativa, la ritual y la icónica. (…). Las sociedades humanas adquieren y elaboran conocimientos transmitidos históricamente y de este modo crean unas bases para la fundación de su identidad y para su legitimación histórica mediante imágenes, símbolos y monumentos". Por otro lado, como en la historia romana, las sociedades también transforman los mitos en acontecimientos históricos. Quizás esta última es la explicación más recóndita de la tragedia mítica de 1912 y allí radica su alta peligrosidad, pues la vivencia del mito no es racional ni irracional, es "a-racional".
Ritos orgiásticos. En su Antropología estructural, Claude Lèvi-Strauss (Buenos Aires, 1973), al hacer hincapié en la inmanencia del mito, escribe: "El valor interno otorgado al mito se deriva de que estos acontecimientos, que han ocurrido en un determinado momento, configuran al mismo tiempo una estructura permanente. Esta se aplica a la vez al pasado, al presente y al futuro". Toda tragedia mítica debe ser considerada como un rito orgiástico, cimentado en una excitación dionisíaca, producida por una intensa crisis social. Las culturas humanas, inconscientemente, han seleccionado ritos orgiásticos como el despedazamiento de cadáveres, la lapidación, el arrastre y cremación de las víctimas y otros. Es interesante anotar que los crímenes políticos, cuyos protagonistas han sido masas anónimas de homínidos, en las tierras ecuatoriales, han dado preferencia al "arrastre" e incineración.
Conviene citar algunos ejemplos. El 15 de junio de 1812, el conde Ruiz de Castilla fue arrastrado desde la recolección mercedaria de El Tejar hasta la plaza principal de Quito; murió tres días después a causa de sus graves heridas. El 11 de agosto de 1911, sufrió igual suerte el coronel Luis Quirola, quien estaba preso en el Panóptico por el crimen político de haber asesinado al general Emilio Terán. Años antes, el 4 de mayo de 1897, el entonces comandante Quirola había intentado arrastrar por las calles de Riobamba el cadáver del jesuita P. Emilio Moscoso, rector del colegio San Felipe, asesinado en medio del sacrilegio cometido en el templo por las tropas liberales bajo el mando de Flavio Alfaro y Pedro Montero. Este último, el 25 de enero de 1912, pereció en Guayaquil por disparos y heridas de bayoneta; su cadáver fue arrojado a la calle y arrastrado por una turba vociferante hasta la plaza Rocafuerte, donde su cuerpo amputado fue incinerado cerca de la iglesia de San Francisco. Por lo demás, son conocidos los espantosos sucesos del 28 de enero de 1912, que terminaron en la "hoguera bárbara". No conviene rememorar casos más recientes que han sido conocidos por la prensa bajo los términos de "linchamiento" o "justicia por las propias manos"; menos todavía pensar en el futurible de un crimen político que fue impedido por el providencial arribo de un "ángel de la guarda" con alas de helicóptero.
En las "tragedias míticas", los rituales son fósiles culturales que hacen funcionar el mecanismo victimario que, a su vez, recrea la violencia extática y revitaliza el "crimen fundador". Este mecanismo victimario puede ser incentivado con el uso de drogas (es el caso del mito de Dionisio acompañado de su ejército salvaje de sátiros y ménades), alcohol, etc. No obstante, no se debe dejar de lado la histeria colectiva producida por intensos sufrimientos, monstruosos odios o irreconciliables venganzas. El "mito" no es mentira, es "un instinto de verdad que hemos perdido", escribe René Girard (Los orígenes de la cultura, Madrid, 2006) y añade: "Los Evangelios consideran falsa la creencia de los linchadores, que desde luego son culpables, aunque también perdonables desde el momento en que son víctimas de una ilusión involuntaria".”