Todos somos testigos de como Correa y sus obsecuentes de la “revolución ciudadana” se amparan en la tan mentada legitimidad para justificar cualquier ilegalidad. Legitimidad, que dicen, les permite distorsionar a su antojo la Constitución, la Ley y el mandato que se les confirió. ¿Pero entienden realmente estos señores lo que es la legitimidad?, para mi, como para muchos más, es obvio que no, sin embargo, usando su “retórica de la prevaricación”, tienen convencidos a una gran mayoría que esta legitimidad, que supuestamente les ha otorgado el pueblo en las urnas, los pone mas allá del bien y del mal en su camino para conseguir el tan anhelado cambio que dicen representar.
Por estos motivos considero importante llamar su atención sobre este artículo de Fabián Corral, jurista que ya hemos citado anteriormente, que creo, explica muy clara y objetivamente lo que es realmente la legitimidad.
“¿Qué es la legitimidad?
1/7/2008
Por estos motivos considero importante llamar su atención sobre este artículo de Fabián Corral, jurista que ya hemos citado anteriormente, que creo, explica muy clara y objetivamente lo que es realmente la legitimidad.
“¿Qué es la legitimidad?
1/7/2008
Por Fabián Corral B.
A título de ‘legitimidad’ ahora se justifica casi todo. La nueva lógica gira en torno a la teoría de que “lo que yo digo, pienso y hago es legítimo; lo que viene de los otros es ilegítimo”. En la sociedad civil se extiende la epidemia de la legitimidad, transformada en excusa para que cada cual haga lo que le viene en gana y para resistir a la autoridad y a las normas; acciones violentas, desafíos a la Ley, arranches y linchamientos se sustentan en el difuso argumento de la legitimidad.
Todo inconforme o contestatario se cree asistido del “derecho” a oponerse a lo vigente y a propiciar su demolición. Cada cual se cree atribuido de autoridad para torcer el sentido de la legalidad y desobedecerla. Más aún, está de moda y es síntoma de “progresismo” cuestionar, sin ton ni son, la Constitución y la Ley. Y, por el contrario, defender la legalidad es actitud que se presume ortodoxa y conservadora. A ese extremo de disparate hemos llegado.
El tema se ha extendido tanto que cabe preguntarse ¿qué esto de la legitimidad? La legitimidad implica, por una parte, la básica coincidencia entre la Ley y los valores predominantes, admitidos por la sociedad, y no de propiedad de un grupo político. Se dice que es justa la Ley que traduce, apropiadamente, convirtiendo en normas exigibles, aquellos conceptos culturales y éticos que comparte la gente, y que constituyen la infraestructura de las creencias sobre las que la comunidad se asienta. Legitimidad es, por otra parte, autoridad moral para mandar y obtener obediencia no solo por el temor, sino por la convicción. Pero la legitimidad debe estar contenida en normas jurídicas que se racionalicen, bajo la idea de justicia, los valores sociales. El argumento de la “legitimidad” fuera de la Ley es anarquía y abuso.
Un principio del Estado de Derecho es que la Ley se presume justa y legítima. La excepción, que debe demostrarse judicialmente, es que no tenga esos atributos. La Constitución es el estatuto que articula valores y principios. Si no ocurre así, la propia Constitución puede ser ilegítima. Si el respeto a las libertades y a la propiedad son vigencias sociales en la comunidad, por más que el legislador o el constituyente las eliminen, y aún si su violación consta en la norma suprema, no por ello esta será legítima.
La vulgarización, y el uso político del argumento de la legitimidad tiene dos peligros: el primero, que se convierta en pretexto para socavar el imperio de la Ley, y por tanto, para propiciar una situación de anarquía y relativismo donde cada uno sea el rey. Y el segundo, que un grupo político –por táctica- transforme en “legítimo”, por la fuerza del número, solamente aquello que coincide con su ideología y descalifique lo demás, a título de ilegitimidad. El juez de la legitimidad sería, entonces, una precaria mayoría legislativa, cuya representatividad real es un asunto siempre dudoso. ¿Será legítima la supresión de derechos fundamentales solo porque un voto mayoritario lo diga?
Contraponer sistemáticamente legitimidad a legalidad, es superponer los actos de poder a los principios del Estado de Derecho, condicionar los derechos individuales a los mandatos de un grupo o persona, y concluir que será legítimo solo aquello que responda a una determinada y excluyente visión de las cosas. Es una mala excusa revestida de ropaje académico, que no puede ocultar las razones políticas que andan por detrás.”
A título de ‘legitimidad’ ahora se justifica casi todo. La nueva lógica gira en torno a la teoría de que “lo que yo digo, pienso y hago es legítimo; lo que viene de los otros es ilegítimo”. En la sociedad civil se extiende la epidemia de la legitimidad, transformada en excusa para que cada cual haga lo que le viene en gana y para resistir a la autoridad y a las normas; acciones violentas, desafíos a la Ley, arranches y linchamientos se sustentan en el difuso argumento de la legitimidad.
Todo inconforme o contestatario se cree asistido del “derecho” a oponerse a lo vigente y a propiciar su demolición. Cada cual se cree atribuido de autoridad para torcer el sentido de la legalidad y desobedecerla. Más aún, está de moda y es síntoma de “progresismo” cuestionar, sin ton ni son, la Constitución y la Ley. Y, por el contrario, defender la legalidad es actitud que se presume ortodoxa y conservadora. A ese extremo de disparate hemos llegado.
El tema se ha extendido tanto que cabe preguntarse ¿qué esto de la legitimidad? La legitimidad implica, por una parte, la básica coincidencia entre la Ley y los valores predominantes, admitidos por la sociedad, y no de propiedad de un grupo político. Se dice que es justa la Ley que traduce, apropiadamente, convirtiendo en normas exigibles, aquellos conceptos culturales y éticos que comparte la gente, y que constituyen la infraestructura de las creencias sobre las que la comunidad se asienta. Legitimidad es, por otra parte, autoridad moral para mandar y obtener obediencia no solo por el temor, sino por la convicción. Pero la legitimidad debe estar contenida en normas jurídicas que se racionalicen, bajo la idea de justicia, los valores sociales. El argumento de la “legitimidad” fuera de la Ley es anarquía y abuso.
Un principio del Estado de Derecho es que la Ley se presume justa y legítima. La excepción, que debe demostrarse judicialmente, es que no tenga esos atributos. La Constitución es el estatuto que articula valores y principios. Si no ocurre así, la propia Constitución puede ser ilegítima. Si el respeto a las libertades y a la propiedad son vigencias sociales en la comunidad, por más que el legislador o el constituyente las eliminen, y aún si su violación consta en la norma suprema, no por ello esta será legítima.
La vulgarización, y el uso político del argumento de la legitimidad tiene dos peligros: el primero, que se convierta en pretexto para socavar el imperio de la Ley, y por tanto, para propiciar una situación de anarquía y relativismo donde cada uno sea el rey. Y el segundo, que un grupo político –por táctica- transforme en “legítimo”, por la fuerza del número, solamente aquello que coincide con su ideología y descalifique lo demás, a título de ilegitimidad. El juez de la legitimidad sería, entonces, una precaria mayoría legislativa, cuya representatividad real es un asunto siempre dudoso. ¿Será legítima la supresión de derechos fundamentales solo porque un voto mayoritario lo diga?
Contraponer sistemáticamente legitimidad a legalidad, es superponer los actos de poder a los principios del Estado de Derecho, condicionar los derechos individuales a los mandatos de un grupo o persona, y concluir que será legítimo solo aquello que responda a una determinada y excluyente visión de las cosas. Es una mala excusa revestida de ropaje académico, que no puede ocultar las razones políticas que andan por detrás.”
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Tomado de El Comercio 07/01/2008
Tomado de El Comercio 07/01/2008
1 comentario:
Sobre legitimidad, hemos venido discutiendo desde hace algún tiempo -nosotros, la humanidad-, no sé en realidad desde hace cuánto. En todo caso esto ya les preocupó a los griegos. Qué mejor sitio para decir verdades, sin pronunciar sentencias, ni señalar con el dedo, que la literatura.
Que mejor expresión de ello que la Antígona de Sófocles , ahora por lo pronto te copio esto que tenía anotado esto te lo mando.
Abrazo
CREONTE (Dirigiéndose a ANTÍGONA.):
¿Conocías prohibición que yo había promulgado? Contesta
claramente.
ANTÍGONA (Levanta la cabeza y mira a CREONTE.):
La conocía. ¿Podía ignorarla? Fue públicamente proclamada.
CREONTE:
¿Y has osado, a pesar de ello, desobedecer mis órdenes?
ANTÍGONA:
Sí, porque no es Zeus quien ha promulgado para mí esta prohibición, ni tampoco Niké, compañera de los dioses subterráneos, la que ha promulgado semejantes leyes a los hombres; y he creído que tus decretos, como mortal que eres, puedan tener primacía sobre las leyes no escritas, inmutables de los dioses. No son de hoy ni ayer esas leyes; existen desde siempre y nadie sabe a qué tiempos se remontan. No tenía, pues, por qué yo, que no temo la voluntad de ningún hombre, temer que los dioses me castigasen por haber infringido tus órdenes. Sabía muy bien, aun antes de tu decreto, que tenía que morir, y ¿cómo ignorarlo? Pero si debo morir antes de tiempo, declaro que a mis ojos esto tiene una ventaja. ¿Quién es el que, teniendo que vivir como yo en medio de innumerables angustias, no considera más ventajoso morir? Por tanto, la suerte que me espera y tú me reservas no me causa ninguna pena. En cambio, hubiera sido inmenso mi pesar si hubiese tolerado que el cuerpo del hijo de mi madre, después de su muerte, quedase sin sepultura. Lo demás me es indiferente. Si, a pesar de todo, te parece que he obrado como una insensata, bueno será que sepas que es quizás un loco
quien me trata de loca.
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