Es un hecho que la marcha de Guayaquil convocada por el Alcalde Nebot, citó a casi triple de personas de las que llegaron (pagadas u obligadas), a la marcha organizada para “celebrar” el primer año de Gobierno de Correa. Las razones son varias, desde la guerra declarada que Correa lleva adelante en contra del Alcalde y varios estamentos sociales de la ciudad, hasta la poca reacción gubernamental frente a los innumerables reclamos que le presentan, tanto a la Asamblea como al Gobierno, varias organizaciones guayaquileñas de todo tipo, pasando por la ilegal e inconsulta aprobación de la ley tributaria, hechos que han generado un descontento que Nebot ha sabido abanderar muy hábilmente.
No obstante, la principal razón del éxito de la marcha es el propio Correa, el que, ante la evidente pérdida de popularidad, tanto de su Gobierno como de su Asamblea, ha recurrido a las viejas prácticas que dice quiere cambiar, y sin pudor alguno, ha arremetido, mediante una campaña sucia al más puro estilo populista, en contra de Nebot y de todos aquellos que no están de acuerdo con él (que cada día son más). Campaña que le resultó como un tiro por la culata, porque lo único que consiguió es sacar a Nebot de su trinchera local y darle una dimensión nacional, que intuyo, capitalizará en los próximos procesos electorales que se avecinan, lo que obviamente, le restará espacios a Acuerdo País y sus aliados.
Ha llegado a tanto la desesperación del Gobierno que hasta, en un burdo sainete montado por el ministro Bustamante, el auto declarado súper correista asambleísta Rivera y José Luis Cortázar, el secretario nacional anticorrupción, secretaría consolidada como nuestra versión local de la Gestapo nazi, se hizo aparecer como por arte de magia al “hombre del maletín”, lo que no constituye más que una burla a la inteligencia de los ecuatorianos. A todo esto hay que sumarle las cómicas denuncias de conspiración en contra de una “estabilidad democrática” que no existe.
Todos estos hechos traslucen, primero, que Correa y sus obsecuentes están sumamente preocupados por la pérdida de popularidad del Gobierno y la Asamblea; en segundo lugar, que Correa está enceguecido por el poder, y su arrogancia, su prepotencia y sus complejos, sumados a un séquito de aduladores, lo han aislado de la realidad política del país, lo que lo está llevando a cometer errores cada vez más frecuentemente; y, por último, y lo más preocupante de todo, es que este Gobierno ha demostrado que no tiene límites en el dispendio económico y en el atropello de la ley para usarlos en su campaña permanente o en contra de sus adversarios, lo que no lo hace igual a gobiernos como el de Gutiérrez, Bucaram o Febres Cordero, sino mucho peor porque supuestamente es el representante del cambio que este país necesita.
No obstante, la principal razón del éxito de la marcha es el propio Correa, el que, ante la evidente pérdida de popularidad, tanto de su Gobierno como de su Asamblea, ha recurrido a las viejas prácticas que dice quiere cambiar, y sin pudor alguno, ha arremetido, mediante una campaña sucia al más puro estilo populista, en contra de Nebot y de todos aquellos que no están de acuerdo con él (que cada día son más). Campaña que le resultó como un tiro por la culata, porque lo único que consiguió es sacar a Nebot de su trinchera local y darle una dimensión nacional, que intuyo, capitalizará en los próximos procesos electorales que se avecinan, lo que obviamente, le restará espacios a Acuerdo País y sus aliados.
Ha llegado a tanto la desesperación del Gobierno que hasta, en un burdo sainete montado por el ministro Bustamante, el auto declarado súper correista asambleísta Rivera y José Luis Cortázar, el secretario nacional anticorrupción, secretaría consolidada como nuestra versión local de la Gestapo nazi, se hizo aparecer como por arte de magia al “hombre del maletín”, lo que no constituye más que una burla a la inteligencia de los ecuatorianos. A todo esto hay que sumarle las cómicas denuncias de conspiración en contra de una “estabilidad democrática” que no existe.
Todos estos hechos traslucen, primero, que Correa y sus obsecuentes están sumamente preocupados por la pérdida de popularidad del Gobierno y la Asamblea; en segundo lugar, que Correa está enceguecido por el poder, y su arrogancia, su prepotencia y sus complejos, sumados a un séquito de aduladores, lo han aislado de la realidad política del país, lo que lo está llevando a cometer errores cada vez más frecuentemente; y, por último, y lo más preocupante de todo, es que este Gobierno ha demostrado que no tiene límites en el dispendio económico y en el atropello de la ley para usarlos en su campaña permanente o en contra de sus adversarios, lo que no lo hace igual a gobiernos como el de Gutiérrez, Bucaram o Febres Cordero, sino mucho peor porque supuestamente es el representante del cambio que este país necesita.
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